Ojos Azabache.
Parte uno.
Fue en un simple tiempo, en el que ella apareció.
Yo sabía que algún día iba a encontrar al amor de mi vida, solo lamento haberlo hecho tan tarde. Pude haber aprovechado mis 18 años junto a su companía, aunque muchos de esos años fueran de muy chiquito. Ella podía hacer que no duerma, que no coma, que no quiera ver, ni sentir, ni nada. Era dueña de todas mis acciones y razones. Mis amigos me decían, que ya no era el mismo. Bueno, es verdad, ya casi no era el mismo. Pero por que la tenía a ella. Ella era mi todo y mi nada a la vez.
No podía imaginarme caminando sin tenerla sosteniendo mi mano, siempre fue mi soporte, mi ayuda.
Nos conocimos de la manera más estúpida. Desde que empezó el secundario, se tomaba el mismo colectivo que yo. Y siempre me pareció una nena muy bonita, hasta que la descubrí mujer. Era rara. En mi mente no encontraba una categoría para encasillarla. Era hermosa. Como se movía, me daba la sensación de que estaba insegura con todo. Miraba al piso, sus mejillas se teñian de un dulce rosa si la miraba fijo. Sus rizos negros caían sobre sus hombros, y la luz que se encontraba en sus ojos color azabache, le daba fuerza a su mirada. Desde hacía años la miraba como si fuera mi hermanita menor, y ese día quise saber qué se escondía detrás de esos labios finos y delicados.
Nunca me había animado a hablarle, y solamente le prestaba atención durante el viaje , aunque lo único que ella hacía era leer apuntes, todos diferentes, todos los días. en su mayoría eran de ciencias exactas, matemática, química, física. Era muy inteligente, por lo que parecía. ¿Cómo puedo impresionar a una chica a la que le gustan las ciencias? Si yo lo único que hacía era tocar mi guitarra. De hecho, siempre me había llevado química en el colegio. Igual, no importaba, iba a estudiar lo que fuera necesario para impresionarla. Siempre fui inseguro de mi mismo, y me costaba tanto hablarle que quizá si ella me hablaba a mi sería más fácil. Por eso pasé noches y noches estudiando química y pasé las mañanas siguientes llevando esos apuntes, que le robé a mi hermano mayor, al colectivo para ver si lograba sacarle algún comentario. Pero nunca me habló. Solamente se sentaba al lado mío, miraba mis apuntes de reojo y sacaba los suyos para leerlos durante el viaje.
Esta situación duró más de lo que yo pretendía, mis amigos del colegio no entendían por qué derrepente había dejado de lado mi discografía de Bad Religion para agarrar los libros avanzados de química. Qué cosas más estúpidas hacemos cuando estamos interesados en alguien. Seguramente la hubiese impresionado más si hubiera llevado mi hermosa guitarra al colectivo por las mañanas, ella era un artista. Obviamente tardé en descubir esto...
Ojos Azabache
Parte dos.
A veces me guío por mis instintos. Ya estaba cansado de mirarla de lejos, y desear que nadie se siente a mi lado para así guardarle el lugar.
Así que le hablé. Más que nada por impulso, por que si lo hubiera pensado, me hubiese quedado como un tonto mirándola a sus hermosos ojos negros.
"Buen día" le dije torpemente, ella levantó la vista, me miró, dudó por un segundo, y me sonrió. La victoria la tuve con una sonrisa dulce y tímida.
"Buen día" me dijo. Ya había cruzado la barrera del desconocimiento. Y le había hablado. Nunca estuve tan inquieto por dentro.
Después de eso, ya no era tan dificil como antes provocar una conversación casual. Como las de las ancianas cuando van al supermercado y comentan que los precios están caros, aunque no se conozcan.
Era Clara. Así se llamaba y habíamos acordado intercambiar nuestros menssegers para "consultas de química". Creo que nunca deseé tanto estar en mi habitación conectado como ese día.
Ya tenía todas las herramientas necesarias para hablar con ella más profundamente.
La ansiedad y los nervios ponían en juego mi coherencia. Como si fueran mis últimos 5 minutos con vida y no supiera qué hacer para explicarle cuánto la amo.
La fui conociendo con el tiempo, fui aprendiendo como podía ser que mis días no existieran sin que ella cruze por mi cabeza.
Era hermosa. Completamente ideal. Era sensilla, sensible, inteligente. Tenía defectos obviamente, pero nunca habíamos peleado. Amaba estar en su companía.
Todavía recuerdo el latir de su corazón contra mi cuerpo. Era como si mi corazón y el suyo se hablaran en código morse, se decían que se amaban, que se necesitaban para poder existir. Mi pecho era su refugio, siempre me abrazaba y apoyaba su cabeza en el. Podía caerse el cielo y nosotros seguiríamos abrazados.
Ojos Azabache.
Parte tres.
El ruido del reloj me hacía arder los oídos. Sólo pretendía que su voz calmara las heridas de mis tímpanos. Esperaba, sentado en la silla que mi madre ponía en la puerta de entrada a mi casa. Hasta que sonaran esos tres golpes característicos de su llegada.
Amaba agarrarla por la cintura cuando subíamos las escaleras hacia mi habitación, como si fuera una pequeña pieza de mi, que dependía de mi sostén, firme y seguro, para subir esos peldaños cantando, sonriendo y jugando con todos los espejos que colgaban de la pared. Creo que nunca podría terminar de entender la sensación de su presencia. Como si todo el aire del ambiente se fuera hacia su boca. Y la desesperación de mi cuerpo por respirar se demostrara al besarla. La vida no tendría sentido sin ella. Sin su piel suave, sin su risa escandalosa de niña pequeña, sin su perfume en el pelo. Todo me llenaba tanto.
Las tardes más perfectas se pintaban desde mi ventana, a veces Mateo, mi gato nos acompañaba, otras simplemente, la admiraba dormida sobre mis piernas o sobre mi pecho, mientras el sol, ya casi ocultándose la iluminaba con pocas fuerzas, tiñendo todo de un naranja cobrizo, acariciando sus mejillas rosadas, deslizándose por la mueca de felicidad en su boca. Era cuando despertaba, justo al atardecer. Abría sus hermosos ojos negros e iluminaba toda mi vida de un sencillo movimiento. Sonreía.
Sonreía como si fuera la última vez que lo hiciera. Y me hacía amarla casa segundo más.
"Hola", su voz, ingresaba en mi cerebro y producía un corto circuito. Se me erizaba la piel. "Hola". Mi cuerpo, mi mente, todo se confundía, no podía dejar de pensar en que la amaba, nisiquiera para responderle un simple saludo. Pero no importaba, ella dejaba pasar todas las cosas de las cuales yo me avergonzaba, y me hablaba. Y yo no podía dejar de mirarla.
Ojos Azabache.
Parte cuatro.
Habíamos merendado juntos, y ni una sola mirada sincera cruzó la habitación. Ahí estaba de nuevo. La nena, la pequeña del colectivo. La que caminaba con la cabeza gacha como pidiendo perdón.
Pensé que simplemente estaba teniendo otro de esos dolores característicos de ella. Me decía que era un dolor punzante en medio de su cabeza. Que no podía pensar, le dolía inclusive respirar. En esos momentos no sabía que hacer, como calmar su dolor. Mil veces soñé con hacer un pacto con el diablo para que su dolor fuera mio y ella pudiera vivir tranquila. Pero era imposible. Me dijo que ya había nacido así, que a veces el dolor no se iba pero que estaba acostumbrada a sentirlo. Y que lo llevaba consigo como si fuera un fantasma.
Cuando llegamos a la parada de colectivo me puse en frente de ella y la abrazé. Pero esta vez ella se quedó dura, en su lugar, como hecha de piedra, como si mi abrazo no fuera algo que estaba esperando. Mi reacción fue alejarme, queria ver su cara, leer sus ojos, ver que le estaba pasando, quizá allí encontraría la respuesta que pasaba por mi cabeza desde hacía temprano ese día.
"¿Qué te pasa?" le pregunté suave, con tacto. Cuando subió la mirada para contestarme su rostro parecia distinto. Ya no me miraba inocentemente como lo solía hacer. Estaba seria, sus mejillas no estaban rosas y su actitud madura se notaba en el aire.
Tenía fija la mirada, pero realmente no observaba nada. Podía percibir el movimiento de sus labios y manos, en modo de explicación. Sus ojos billantes, parecían tristes, perdidos en algo que no tenía salida. Clara me hablaba, pero hacía rato que yo no escuchaba.
Lo único que me quedó cuando se marchó, fue la sensación de vacío sin explicación.
Apenas empezó la conversación, el cielo ambientó con unas pequeñas gotas, y cuando se despidió ya caía una lluvia torrencial. Por suerte no se notaba mi llanto. Pero mi cara no podía hacer nada para ocultar el dolor.
Me atormentaban más las frases que mi cerebro como un filtro había recolectado. "No podemos seguir viéndonos", "Realmente me duele decirte esto, pero ya no es lo mismo. No puedo seguir teniéndote en mi vida. Me voy".
Espero que les guste (=
encontre mi antiguo blog, para los interesados...
www.prindrums.blogspot.com
hasta que no recuerde cual era el mail y la contraseña no podre entrar...
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